Las mujeres chilenas son precarizadas y explotadas.

Posted by Nuestra publicación: on sábado, marzo 05, 2016



Escrito por Vanessa.

Las mujeres chilenas son las más precarizadas y explotadas en nuestra economía. También son las más afectadas por la pobreza (19,3%).
Precarizadas, porque ellas ocupan la mayor parte de la economía informal, casi invisible, naturalizada como manualidades, cuidados del otro, trabajos temporales, ocupaciones no remuneradas en empresas familiares… Con situaciones laborales flexibles, a honorarios, o comisionistas con los sueldos base más bajos. Disponibles para ser obligadas a dejar su carrera, faltar a su trabajo, reducir sus horas, ser despedidas porque supuestamente su sueldo no es el más importante para el hogar (se le piensa suplementaria, una trabajadora barata a quien se puede pagar menos….)
Explotadas como cuerpo, no sólo se consume su energía vital, sino que se les exige un cuerpo estándar: “buena presencia”, uso de ropa inadecuada e incómoda (tacos, faldas cortas, blusas ceñidas). Su cuerpo determina el repertorio de ocupaciones en que pueden emplearse, y el cuerpo y su edad restringen progresivamente ese repertorio y la posibilidad de ser contratadas. No sólo en cuanto a la división tradicional de tareas acorde al género, sino que ciertos patrones corporales les abren o cierran ciertas áreas laborales, de acuerdo a si responden al modelo esperado.
Además, en el espacio de trabajo las mujeres son maltratadas por su cercanía o distancia a un cuerpo no normativo: se les abusa incluso (también sexualmente), se comercia con su cuerpo de niña o de adulta de forma directa (prostitución) o indirecta (como objeto que da valor agregado, al estar disponible mientras se realiza la transacción principal), se le carga la previsión y la salud. Y siguen siendo responsables de una doble jornada laboral, al deber hacerse cargo de la economía productiva y reproductiva doméstica.
Explotadas como mano de obra, realizando trabajos por menos salario a pesar de tener igual o mayor mérito que un hombre. Con límites subjetivos al ascenso o “discriminación vertical”. Cargada de “costos asociados” sólo por ser mujer. Disponible para diversas formas de acoso laboral y sexual. También su condición de debilidad en el marco de las relaciones de pareja es aprovechado como factor productivo (“una mujer separada con hijos vende lo que sea”)
Las instituciones sobre todo púbicas, cuando toman conciencia de su realidad económica adoptan una actitud asistencialista y paternalista que refuerza el modelo de mujer ideal. Con ello, las mujeres son sometidas a varias formas de violencia simbólica al intentar acceder a beneficios. Discriminaciones basadas en su situación de pareja, si tuvo más de una pareja, si tiene o no hijos, su entrada o no al mercado laboral, se le demanda un hombre responsable detrás, por ejemplo. Se refuerza la idea de que ellas son limitadas, flojas, inconstantes, emocionales y despreocupadas, y su carácter de “ciudadanas incapaces”, imperfectas, a las que hay que proteger o atender por su incapacidad de autosostenerse.

Tal como señala el economista Gonzalo Durán de Fundación Sol,
“una verdadera agenda debiese centrarse en consideraciones de calidad de trabajo: políticas que apunten a cerrar las brechas de ingresos (asumiendo que ello significará reducir la tasa de ganancia de otra persona o empresa) y preocuparse en especial de la discriminación grosera que tiene el sistema de AFP (a mismo fondo acumulado, un hombre recibe un tercio más de pensión que una mujer)  […y] Atacar de manera decidida el subempleo en general y de las mujeres en particular, que en la última medición INE llegó al 52% del total de trabajos de tiempo parcial”
Pero sobre todo, una perspectiva de políticas públicas con enfoque de derechos, que considere a las mujeres beneficiarias en cuanto a titulares y no a carentes, en cambio, contribuiría a cambiar esta relación dentro de la economía del bienestar social. Y en algunos casos, esto no implicaría necesariamente diferenciar entre hombres y mujeres, sino que cambiando la forma de enfocar la necesidad, ofreciéndola como derecho del y la ciudadana en vez de como oferta asistencial para las mujeres, se producirían cambios deseables en las relaciones entre los géneros, al alterar un factor que genera asimetría entre ellos como pareja a la vez que reduce la autonomía económica de uno de ellos.
Un ejemplo claro en este sentido son las guarderías: el Estado debería proveer de guarderías con  horarios extendidos, por territorio e incluso en instituciones públicas (por ejemplo, en universidades, bibliotecas, gimnasios comunales…) y éstas deberían estar accesibles a hijos e hijas de hombres y mujeres. Los cuidados postnatales deberían ser cargo universal (de hombres y mujeres como titulares de beneficio estatal en cuanto ciudadanos). Y los costos asociados deberían ser asumidos por el Estado con contribuciones de hombres y mujeres por igual. La previsión también debería ser solidaria entre los sexos, independiente de quién vive más.

La economía capitalista neoliberal nutre e incentiva la asimetría entre los sexos. La división sexual del trabajo y la subordinación y explotación del trabajo femenino, es parte de los elementos diferenciales perversos que se utilizan para generar ganancia, minusvalorando la creatividad y el esfuerzo de las mujeres, ofreciéndoles dentro de los bajos valores asignados al trabajo en Chile, el más bajo a las mujeres, sólo en virtud de su condición sexual, y no de su mérito.
Después de todo, actualmente las mujeres chilenas en educación las mujeres están superando ya a los hombres en la educación superior (En IP sobre el 57%, en CFT 62%, en Universidades Privadas 60%, son mujeres, según estadísticas del CNE), titulándose en mayor cantidad (6 de cada 10 titulados en carreras exclusivamente universitarias), antes, y con mejores resultados académicos que sus compañeros varones, a pesar del fuerte sesgo de género que los expertos han reconocido en la primera barrera de entrada a este nivel formativo, la PSU.
Sus capacidades, a pesar de su mérito, son desaprovechados. Los cargos académicos, los espacios de opinión en columnas y medios de comunicación (83%), los postgrados (60%) y la dirección de la mayor parte del poder ejecutivo, legislativo y directivo (70%) también se concentra en los hombres.